viernes, 18 de junio de 2010
Metamorfosis
Créanme que la sensación de gruñirle a un miedo hasta ahuyentarlo fue una experiencia completamente nueva. Más cuando era ajeno. - Tengo miedo... - me dijo aterrado, como un perro que clava sus uñas en la tierra y no se mueve. Lo abrazé con la mayor fuerza que tuve en ese momento y comenzé a masajearle la espalda. Había que concentrar al miedo en un punto para luego quitarlo. Sus lágrimas en los ojos aumentaban mi adrenalina y mi nerviosismo al punto de la desconcentración. Fracasé. ¿Pero cómo puede ser que no pueda sacar un miedo? Sí podía, y volví a intentar. Los masajes continuaron hasta que lo hice una bolita y tiré para arriba. Podía verlo, era del color del vacío, negro intenso y gigante. En ese momento fue cuando lo invité a salir, a que busque su espacio en otro lugar mientras se degradaría por el camino. Le di la mano y tiré; nunca luché tanto contra el aire. Las lágrimas no cesaban pero ya significaban otra sensación, eran pequeñas gotas de tranquilidad, alivio. Y así fue como un miedo sufrió su metamorfosis y se convirtió en un dolor de cabeza, y fue tan débil que murió junto a una mariposa que lo esquivó, ya que debía vivir sus 24 horas sin ningún obstáculo. Me dijo gracias con un abrazo interminable y renovador, de esos que cuesta desprenderse y aún después de eso, se pueden sentir el calor de los brazos y el pecho. No hacía falta decir de nada, era un favor.
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